Las próximas elecciones municipales del 24 de mayo deberían ser un plebiscito sobre la República como lo fueron las del 12 de abril de 1931. Nunca como en esta consulta está más justificada la necesidad de plantearse la proclamación de la III República.
En la tormentosa y atormentada historia española no se había producido una conjunción tal de acontecimientos y comportamientos de los actores políticos que exigieran una renovación total del reparto de poder, tanto en el Congreso como en la Jefatura del Estado, como en esta ocasión. La corrupción generalizada en el PP, partido que gobierna España desde hace casi cuatro años, sin que a sus responsables se les haya movido una ceja, ni se les haya exigido la dimisión de todos sus cargos y la convocatoria de elecciones anticipadas. “El gran fraude” en palabras del propio José Antonio Griñán, ex presidente de la Junta de Andalucía, que han protagonizado los gobiernos del PSOE en esa Comunidad, que desautoriza al primer partido de la oposición. La corrupción que abate Cataluña desde hace 30 años, cuyos humos pestilentes están oliéndose ahora con la farsa de las comparecencias en el Parlamento del ex Presidente Pujol y todo su clan. La crisis económica contra la que ni el PSOE ni el PP han tenido más receta que hundir a los trabajadores en la miseria, rebajándoles sus derechos mientras se beneficia al gran capital. Y como rector supremo del país un Monarca que se beneficia de las comisiones que cobra de todos los sectores de energía que se importa —que es toda— de países “hermanos” cuyos tiranos, como los de Arabia Saudí, emiratos Árabes, Kuwait, Argelia, son abrazados y besados por nuestro rey. Un rey inmerso en todas las corrupciones: económicas, morales, personales, ecológicas.
Nunca en la historia de España un rey había tenido que pedir perdón públicamente por su perversa conducta. Nunca en la historia de España una hija de rey había tenido que declarar ante el juez por beneficiarse de la conducta delincuente de su marido. Nunca en la historia de España un yerno de rey había estado procesado por cinco o seis delitos contra la Hacienda Pública y las maquinaciones tramadas con un sin fin de dirigentes del PP para beneficiarse económicamente.
Y sin embargo el movimiento republicano no ha sido capaz de aprovechar la mejor coyuntura que se presentaba en 75 años para proclamar la III República. Y ahora los partidos de izquierda que entran en liza para las elecciones municipales del próximo mes de mayo son incapaces de plantear seriamente el plebiscito que llevó el año 1931 a la proclamación de la II.
El 12 de abril de 1931 se celebraban elecciones municipales en todos los pueblos y ciudades de España. No eran unos comicios según marcaba la tradición, amañados por los caciques en las zonas rurales y por los partidos conservador de Cánovas del Castillo y liberal de Sagasta en las ciudades, como se habían organizado siempre desde las de 1876 en la Restauración de la Monarquía con Alfonso XII. La monarquía dictó su sentencia de muerte el día en que Alfonso XIII apoyó el golpe de Estado que dirigió el general Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923. Tras la caída del dictador, Alfonso XIII pretendió —con los gobiernos del general Berenguer y del almirante Aznar— un retorno a la situación anterior al golpe. En este contexto hay que situar la convocatoria a elecciones municipales y no generales.
No fue casual que convocaran elecciones municipales y no generales. Lo hicieron porque supusieron que le daría ventaja a la Monarquía, ya que creían que las locales condicionaban menos que las generales, y, que, por otro lado, eran más fácilmente manipulables. Lo que, como se demostró, fue un error estratégico que el rey pagaría caro.
Lo que se elegían eran unos ochenta mil concejales en todos los ayuntamientos de España, pero lo que estaba en juego era la continuidad de la propia Monarquíade la Restauración. Las candidaturas republicanas consiguieron la mayoría en cuarenta y una capitales de provincia. Solamente computando los resultados de las siete mayores ciudades, el 70% del voto fue a parar a opciones republicanas (conjunción republicano-socialista más ERC), mientras los monárquicos apenas pasaban del 14%.
Aquellos que defienden la ilegitimidad de la proclamación de la República aduciendo que las elecciones de abril de 1931 no eran un plebiscito sino meramente administrativas, olvidan que, tanto para republicanos —que así lo hacían saber en sus mítines— como para monárquicos, sí fueron tomadas como un pulso entre los dos sistemas políticos: monarquía o república. Y así lo entendieron todos los españoles, incluidos la mayoría de los miembros del Gobierno y allegados a la Casa Real tras conocerse los resultados de la votación. Elocuente, en este sentido, es el telegrama que envió el general Berenguer —a la sazón ministro de Gobernación— a los capitanes generales de las distintas regiones militares:
“Las elecciones municipales han tenido lugar en toda España con el resultado que por lo ocurrido en la propia región de V.E. puede suponer. El escrutinio señala hasta ahora la derrota de las candidaturas monárquicas en las principales circunscripciones […] se han perdido las elecciones […]”
Pero que nadie crea que esta victoria republicana advino repentinamente, como si el pueblo español se hubiese acostado monárquico el 11 de abril y se despertara republicano el día 12, como declaró el almirante Aznar. Desde el golpe contra la I República en 1874, los antimonárquicos se organizaron para difundir el ideal republicano por toda España. Dieron conferencias en los ateneos, organizaron mítines y publicaron panfletos y periódicos, incansablemente, desde todas las tendencias políticas, defendiendo la causa que era la de los valores republicanos: la libertad, la igualdad, la honradez, la veracidad, la austeridad. Aquellos que representa la Institución Libre de Enseñanza y que tan necesarios nos son en este momento. Porque era evidente, y sigue siéndolo, que con la Monarquía era imposible regenerar ni la política ni la sociedad española, inmerso Alfonso XIII en los más graves escándalos de corrupción y traición a la patria, y siendo bastión y jefatura de las clases explotadoras del pueblo español: aristocracia latifundista, oligarquía financiera y burguesía industrial. Esa campaña duró cincuenta y siete años. Organizada conjuntamente por los partidos y tendencias conservadoras, radicales, socialistas, sindicalistas, cívicas, institucionistas. Porque entonces los españoles tenían la suficiente inteligencia para entender que sin la unión de los que defendían el ideal republicano era imposible la victoria. Sería bueno que los ciudadanos de hoy supieran que el primer presidente de la III República, don Niceto Alcalá Zamora, republicano convencido y siempre leal a su causa, era conservador y católico.
Desde que se supo la fecha de las elecciones municipales la conjunción republicano-socialista inició una actividad frenética, organizando mítines por toda la geografía española. Asimismo abogaban por un frente único, como pedía el mítico alcalde de Jaca, Pío Díaz Pradas: « […] en estos momentos decisivos […],formar el FRENTE ÚNICO, oponer toda la resistencia posible para conseguir la victoria…una unión de espíritus y de fuerzas de todos los sectores antimonárquicos, un solo punto de mira: CAMBIAR LA MONARQUÍA POR LA REPÚBLICA COMO ÚNICA SOLUCIÓN PARA ESPAÑA.» (Gómez: 544)
Hoy, inmersa la izquierda en sus habituales luchas cainitas, que está poseída por una irrefrenable tendencia suicida, es incapaz de unirse en ese Frente Único que reclamaba Díaz Pradas para convertir estas próximas elecciones en otro plebiscito republicano como el de 1931. Porque como decía Marx en su libro El 18 de Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces”. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa. Testigo hemos sido de la tragedia del Golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y de la farsa del organizado el 23 de febrero de 1981.
Y no hay más que ver la farsa en que se ha convertido hoy la que fuera otrora campaña épica por la República.
Lidia Falcón