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La carta que nos queda: republicanizar el populismo

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"Se trata, sencillamente, de reinvindicar los derechos y las instituciones clásicas del pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son entaremente incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos sumidos", afirma el autor

De la noche a la mañana, y tras las elecciones andaluzas, la situación de Podemos se ha complicado. Íbamos a ganar en una guerra relámpago, y, de pronto, nos vamos a ver envueltos en una interminable guerra de trincheras, en una especie de doble bipartidismo. Es de temer, además, que en este tipo de contienda, el tiempo nos va a desgastar más que a nuestros adversarios, puesto que tenemos más enemigos y menos recursos. El motivo de que nos encontremos de pronto en esta situación no se debe (fundamentalmente) a que Podemos haya hecho nada mal, sino a que los demás han hecho algo bien. Era de esperar que no permanecerían eternamente de brazos cruzados, viendo cómo Podemos crecía y crecía en las encuestas. Han movido ficha. Y han hecho una jugada muy buena, un jaque en toda regla. El Ibex 35 ha logrado colocar a Ciudadanos en la "centralidad del tablero". Qué injusto y qué paradójico es todo. Ciudadanos se ha colado precisamente en un lugar que a Podemos le había costado un esfuerzo sobrehumano construir. Y les ha salido gratis. Más que gratis, han hecho un negocio bárbaro. Podemos ha construido una casa contra viento y marea y ellos la han ocupado tuneándola con los medios de comunicación a su favor y el dinero de los empresarios.

En un reciente artículo–y en un debate que tuvimos en la UCM–, Alberto Garzón venía a decir –con inteligencia y amistad, como siempre– que nos estaba bien empleado. Podemos se habría concentrado en ser una mera "maquinaria electoral" que "reflejaría" el "deseo de cambio" de la población. Ese mismo papel lo puede hacer igual Ciudadanos y de manera más presentable en sociedad. Podemos se habría esforzado en un discurso "controladamente ambiguo" para no perder la transversalidad. Al final, sus portavoces se han visto tan atados de pies y manos por esta indefinición, que cada vez más se limitan a repetir como loros argumentarios predefinidos, sin atreverse a dar un paso en falso. Están paralizados. Antes, la presencia de un tertuliano de Podemos en la televisión disparaba las audiencias; ahora, cada vez hay más gente que cambia de canal: se les nota demasiado que no se atreven a decir nada definido, salvo el sempiterno monotema de la lucha contra la corrupción. Lo malo es que este tema también se vuelve contra Podemos, desde que un puñado de periodistas muy bien pagados logró convertir el no caso Monedero en un estrambótico escándalo moral. En cambio, Ciudadanos, financiado con el dinero de la mafia empresarial, aparece impoluto. Las frases vacías y la ambigüedad se les van a dar a ellos mucho mejor que a los de Podemos. Lo del "deseo de cambio", también, porque pueden proponer un "cambio sensato". Lo de la lucha contra la corrupción, no digamos, puesto que no van a tener periodistas en contra.

O sea, han movido ficha y lo han hecho muy bien. Hay que resaltar que esto no es precisamente un síntoma de que Podemos haya hecho algo mal, sino todo lo contrario. A diferencia de lo que sugería Alberto Garzón –empeñado en que la ambigüedad se volvía ahora contra Podemos–, hay que decir que, para la izquierda, el hecho de haber obligado a "la casta" a tomarse la molestia de tener que mover ficha es ya un éxito que no tiene precedentes desde 1936, o –para ser más justos– desde que tuvieron que aplicarse en destruir mediáticamente a Anguita en los años noventa. Esto no es un consuelo, desde luego, pero sí indica que el remedio no habría sido la "pedagogía política" de IU, sino todo lo contrario. Desde luego, el discurso de IU –y no digamos del PCE– es más difícil de reconvertir en cosas tales como Ciudadanos, pero es que nadie va a tomarse la molestia de intentarlo, porque allí no se juega ninguna amenaza política. Eso demuestra que la supuesta "ambigüedad controlada" que denuncia Garzón, no ha sido, por ahora, un desacierto.

Por ahora, porque, sin duda, una vez que Ciudadanos ya está ahí, hay que replantear las cosas. ¿Qué hacer? Muchos dicen que hay que regresar a un discurso franco y abierto de propuestas bien definidas. Ahora bien, esto es algo muy difícil sin desplazarse demasiado a la izquierda en el imaginario político de los votantes. Es un dilema muy viejo para la izquierda. A nosotros siempre se nos ha pedido el más difícil todavía. Puesto que somos de izquierdas, por lo visto, tenemos que ser pobres como ratas y, por tanto, ganar las elecciones sin dinero. Por lo mismo, tenemos que ser honestos y sinceros, así es que nada de ganar las elecciones mintiendo. Mientras tanto, las derechas tienen derecho a mentir, a robar, corromperse o financiarse ilegalmente, que para eso son de derechas. Las derechas tienen derecho incluso al populismo. Ahí está Esperanza Aguirre con su sofá hinchable, sentándose a charlar con los transeúntes que pasan por ahí. O Rajoy entrando en las casas de los vecinos a dar las gracias por el esfuerzo que han hecho con la crisis. O Pedro Sánchez saltando en paracaídas, escalando el Peñón de Ifach o participando en programas telebasura. Dan mucha vergüenza ajena. Maduro en Venezuela no ha llegado a tales extremos. Los únicos que no tienen derecho al populismo, mira tú por dónde, son precisamente esos a los que se llama populistas. La verdad es que Podemos, en este momento, es el partido menos populista de todos, aunque es al único al que los periódicos se lo reprochan.

Llevamos desde la Transición sufriendo una tras otra políticas de extrema derecha y siempre se nos ha dicho que eran de centro, a veces de centro derecha, a veces de centro izquierda. ¿Acaso han salido alguna vez a decir que iban a asfixiar la enseñanza pública o la sanidad estatal o a acabar con los derechos laborales? No, han dicho siempre que iban a acabar con el paro y mejorar la eficiencia de la sanidad y la educación. Esperanza Aguirre ha dicho con toda la jeta que no se ha recortado ni un solo euro en profesores y se ha quedado tan ancha. En cambio, nosotros, si quisiéramos hacer una política de izquierdas (no ya de extrema izquierda), tenemos que decir la verdad. No podemos colar una política de izquierdas diciendo que es de centro, porque eso no es propio de gente de izquierdas. Y bueno, en parte es cierto, aunque se nos exije entonces un numerito de circo: ganar sin dinero y diciendo la verdad. 

Podemos –al contrario de IU y otras fuerzas de izquierda–, por ahora, lo había conseguido. El problema ha venido al irrumpir Ciudadanos. Ahora ya no vale con repetir el discurso anticorrupción. Hace falta montar un discurso con contenidos, comprensible, contundente y, al mismo tiempo, de sentido común. Y hace falta algo que sea clara y firmemente distinto de lo que pueda estar diciendo Ciudadanos. 

Pues bien, yo creo que tenemos aún una carta que jugar. Es más, gracias a Ciudadanos, tenemos una oportunidad de oro, un as en la manga. Yo lo resumiría en "republicanizar el populismo", o en algo así como, "más Kant y menos Laclau". Nos queda aún un discurso muy preciso, que ocupa de forma natural la "centralidad del tablero" y que, al mismo tiempo, es inasimilable por Ciudadanos. Un discurso, además, para el que la crisis económica ha sido suficientemente pedagógica para una gran mayoría de la población. Se trata, sencillamente, de reinvindicar los derechos y las instituciones clásicas del pensamiento republicano, al mismo tiempo que se demuestra que son entaremente incompatibles con la dictadura de los mercados financieros en la que estamos sumidos. La izquierda siempre intentó inventar la pólvora, ese fue su máximo error. Se empeñó en construir un "hombre nuevo", a veces estajanovista, a veces maoísta, a veces guevarista, a veces deleuziano, foucaultiano o negrista, denunciando las instituciones republicanas de toda la vida como una superestructura ideológica ligada al capitalismo. Así, el derecho, la ciudadanía, las libertades individuales, la separación de poderes, el parlamentarismo, la democracia respresentativa en general, se identificaban como cosas burguesas, frente a las cuales había que "inventar algo mejor" (como dice Foucault en un famoso texto: "Primero destruyamos lo que hay, luego ya se nos ocurrirá algo"). El negocio era bárbaro desde luego: de este modo, el enemigo se apropiaba de Kant, Locke, Rousseau o Montesquieu y nosotros, nos quedábamos con Stalin y Mao o con algunas lúdicas ocurrencias herederas del 68.

Hay que decir que en la izquierda, de la transición para acá, el único que no cayó en esa trampa fue Julio Anguita. Y por eso le machacaron. Y ahora están machacando a Podemos, porque amenaza con seguir el mismo camino (aunque puede también seguir otros que creo que no llevan a ningún sitio). El camino, en fin, de reivindicar nuestro derecho a la ciudadanía y las instituciones del Estado de Derecho, precisamente, contra la dictadura de los mercados y los poderes financieros, para los que no hay ni ley, ni patria. No se trata de despreciar el parlamentarismo como algo burgués, sino todo lo contrario, gritar muy fuerte que tenemos derecho a un Parlamento que lo sea de verdad. Porque lo malo de nuestros sistemas parlamentarios no es que sean parlamentarios, sino que no es verdad que lo sean: son dictaduras económicas con una fachada parlamentaria. No hay que inventar una democracia más participativa, creativa o ingeniosa. Bastaría con crear las condiciones políticas en las que los poderes económicos tuvieran que someterse al imperio del poder legislativo, es decir, bastaría con que el poder legislativo fuera de verdad, lo que dice ser y no es. 

Nuestro programa puede ser muy preciso, muy de centro y muy antisistema a la vez. Podemos, por ejemplo, revindicar el derecho de la gente a una verdadera separación de poderes. Es muy bonito eso de dividir el poder político muy orgullosamente, en unas condiciones en las que el poder no es político, sino económico. En una dictadura económica de los mercados, alardear de división de poderes es un sarcasmo. Y hay que denunciarlo. Podemos revindicar la libertad de prensa, denunciando con contundencia que no se puede llamar libertad de prensa a la dictadura mediática de tres o cuatro oligopolios. Es absurdo ir por ahí diciendo que en España no hay censura. Aquí no hacen falta tijeras, la mayor parte de los periodistas a los que habría que censurar están en el paro y no encontrarán trabajo en su vida. En esta dictadura mediática, si algún periodista sale rana, no se le censura, sencillamente se le despide. Eso sí que es censura, lo demás son tonterías de principiante.

Y así, sucesivamente, podemos ir defendiendo todas las instituciones de la ciudadanía como propias, denunciando que el capitalismo las convierte en una estafa. Es un discurso, si se piensa bien, muy naturalmente anclado en la "centralidad del tablero". ¿Sabéis qué defendemos los de Podemos? No somos nada ambiguos: defendemos que esto sea lo que tú dices que es. Defendemos que esto sea de verdad un orden constitucional, defendemos la soberanía del poder legislativo, defendemos la patria constitucional, defendemos el parlamentarismo, el poder de la palabra pública contra las negociación secreta de corporaciones económicas privadas, la libertad de prensa frente a la dictadura mediática en la que estamos sumidos... No es tan difícil. Defendemos que esta democracia, este Parlamento, este supuesto imperio de la ley, deje de ser una farsa. ¿Quién puede oponerse a semejante programa? ¿Y quién puede decir que es ambiguo? Por mi parte no veo ninguna ambigüedad en comprometerte a legislar de modo que los poderes económicos no tengan más remedio que cumplir la ley. Los medios son muy concretos y fáciles de explicar. Por poner un ejemplo: habilitar por oposición un ejército de inspectores fiscales encargados de establecer un auténtico tribunal de cuentas en este país. Convocar unos cuantos millares de plazas de peritos contables para la investigación judicial de los delitos económicos y la auditoría de los hospitales y colegios públicos que han sido privatizados, etc. Ante todo, y antes que nada, proponer una nueva ley electoral que acabe con la financiación que los bancos están aportando a los partidos políticos de su conveniencia. El problema en este país no solo es la corrupción. El problema es que hay demasiada corrupción que es perfectamente legal. Lo mismo respecto a la sanidad o la educación. No es cosa de ensayar una lista ahora, el programa está claro: cambiar leyes, legislar y legislar. Algo de lo más normal, pero que puede cambiar este país. 

Nuestro mensaje es bien comprensible. En Podemos queremos salvar todo lo que Ciudadanos dice defender, pero salvarlo del modelo económico que Ciudadanos consiste en apoyar. Bueno, bonito y barato... concreto, firme y de centro. El más difícil todavía.

Carlos Fernández Liria


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