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La conciencia republicana

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En España, cada 14 de abril debe ser día de ejercicio colectivo de memoria histórica, de recuerdo de lo que supuso la II República como ese gran proyecto reformista, que empezó su andadura entre el júbilo de la ciudadanía, pero que terminó viéndose liquidado por el golpe militar que, encabezado por el general Franco, puso fin al intento más serio habido hasta entonces de conseguir para España una democracia consolidada, un verdadero Estado de derecho y una realidad social donde la justicia estuviera en el seno de sus dinámicas.

Si en cada primavera nos disponemos a tal ejercicio de memoria no es para quedar apegados a un pasado de imposible retorno, ni para mitificar figuras pretéritas, sino para recordar lo que no debe ser olvidado, siendo así por elemental deber de justicia, de dignidad democrática. No debemos permitir que las amnésicas aguas del río Lete reduzcan al olvido el recuerdo de las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, en la cual tuvo su continuidad la criminal represión que ya se inició con el levantamiento fascista contra la legalidad republicana. No debemos consentir que la historia escrita por manos vencedoras borre el registro de sufrimiento e injusticia padecido por quienes tuvieron que emprender el camino del exilio. Nunca nos perdonaríamos a nosotros mismos vivir en una democracia que no tuviera una de sus principales señas de identidad en el recuerdo hacia aquéllos con los que tiene una deuda incancelable. Y, sin embargo, ese reconocimiento, como acto de justicia reparadora en la memoria colectiva, no es ni tan firme ni tan explícito como debiera ser en la democracia de la que disfrutamos en virtud de la Constitución de 1978. De ahí la necesidad de autoconvocarnos, como ciudadanía consciente de nuestra obligación moral y nuestro compromiso político, a mantener viva una conciencia republicana que, por radicalmente democrática, se afirma a la vez que refuerza su compromiso con la libertad y su meta de igualdad.

Poniendo el acento en la conciencia republicana que no puede faltar en una democracia tomada en serio, además de recoger el legado de lo que significó para España la II República y lo que ha de implicar para nosotros la memoria histórica en nuestro aquí y ahora, subrayamos lo que en estos momentos de crisis económica, de dramas sociales y de cuestionamientos políticos se nos presenta como fundamental para abordar todo ello: conseguir que nuestra democracia sea, en verdad, una democracia participativa.

El republicanismo supone una democracia viva, que hoy, conjugando democracia representativa y democracia directa, ha de permitir que la ciudadanía entre de lleno en sus mecanismos de debate, de decisión y de control de los poderes públicos y de las administraciones del Estado. Va con la tradición republicana, cuando la democracia avanza sus expectativas más allá de las pretensiones del liberalismo político, que ella sea una democracia fuerte por ese enraizamiento en las actitudes y modos de actuar de una ciudadanía que no se desentiende de sus derechos políticos. Precisamente a esa democracia modulada con claves republicanas le ha de corresponder un concepto republicano de ciudadanía, el que se ajusta a ciudadanos y ciudadanas que no sólo exigen que el Estado proteja sus derechos civiles, sino que reivindican la participación en la vida de “su” Estado con el ejercicio de sus derechos políticos. Es así como la propia libertad no será sólo autonomía para ser vivida en la esfera privada, sino autonomía capaz de desplegarse en la esfera pública y, por ello, capaz de hacerse valer contra pretensiones de dominio.

Es con actitudes volcadas hacia la de solidaridad y la emancipación como la conciencia republicana se puede plantear con pleno sentido proceder en su día a dotar al Estado de una forma política adecuada a la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas que se implican en la res publica, siendo así como se justifica plantear la alternativa entre monarquía y república. ¿Algo anacrónico? No nos engañemos, lo anacrónico es la monarquía, apegada además a determinadas maneras de legitimar el orden social en el que nos movemos. Si éste atraviesa actualmente una grave crisis, podemos tener la certeza de que una madura conciencia republicana, pretendiendo, como en su día Fernando de los Ríos, el “enriquecimiento interior de la democracia”, movilizará en el presente todos los resortes para afrontar lo urgente sin perder de vista cuestiones importantes. Y ello por la justicia que nos urge y por la dignidad democrática a la que nos debemos.

José Antonio Pérez Tapias

Publicado en el diario Granada, el 14 de abril de 2015


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