La Historia oficial les describe como los héroes que acabaron con el sufrimiento de millones de prisioneros. Los soldados que liberaron los campos de la muerte del III Reich, sin duda, merecen ese reconocimiento. Otra cosa bien diferente es que sus superiores se hicieran acreedores a compartir e incluso acaparar ese honor. Los hechos y los documentos, más bien, indican todo lo contrario. Los políticos y generales aliados y soviéticos no se mostraron especialmente preocupados por esa multitud de hombres, mujeres y niños que perecían entre las alambradas nazis.
«No hubo ninguna intención de terminar con los campos. La prioridad nunca fue la de rescatar a las víctimas». Estas duras palabras vienen de alguien que tiene toda la legitimidad para arrojarlas: Jack Fuchs, un escritor judío que estuvo internado en Auschwitz donde tuvo que ver cómo sus padres y sus dos hermanas eran asesinadas en la cámara de gas. El análisis de los hechos y también de los documentos de la época, demuestran que la acusación de Fuchs no es, precisamente, fruto de un calentón. Quien miente, algo oculta. Este sencillo axioma nos lleva a pensar que la actuación de los líderes aliados no fue tan heroica como nos consiguieron hacer creer.
Excusa y mentira nº1: «No sabíamos lo que pasaba»
Para acallar algunas críticas que surgieron tras la guerra, los dirigentes estadounidenses y británicos afirmaron no conocer, hasta mediados de 1944, lo que ocurría en el interior de los campos de concentración. Una afirmación falsa, ya que desde diciembre de 1942 el presidente Roosevelt tenía sobre su mesa un detallado informe elaborado por el Congreso Judío Mundial en el que se explicaba lo que ocurría en los campos de exterminio de Polonia: «Trenes enteros cargados de niños y adultos judíos son masacrados en los enormes crematorios de Oswiecim (Auschwitz). Casi dos millones de judíos de Alemania y de los países ocupados por Hitler ya han sido asesinados», se decía textualmente en ese documento.
Durante 1943 las organizaciones hebreas siguieron aportando datos sobre el genocidio. En el primer semestre de 1944, gracias al testimonio de varios prisioneros que habían logrado fugarse de Auschwitz, los dirigentes aliados conocían hasta el número de crematorios que había en ese campo.
Excusa y mentira nº2: «No era posible actuar»
La impotencia y la desesperación ante la magnitud de la masacre llevaron a varias organizaciones hebreas a solicitar formalmente al Gobierno de Estados Unidos que bombardeara Auschwitz. Washington se negó por dos razones: el gran número de bajas que provocaría entre los prisioneros y problemas de tipo técnico y estratégico. El subsecretario de Guerra de Estados Unidos, John J. McCloy, lo explicó con claridad: «Semejante operación podría ser ejecutada únicamente mediante el desvío de considerable respaldo aéreo (...) que se encuentra ahora dedicado a operaciones decisivas en otros lugares y, en cualquier caso, su eficacia sería tan dudosa que no garantizaría el uso de esos recursos…»
Mentiras, mentiras y más mentiras. El 20 de agosto de 1944, aviones norteamericanos destruyeron parte de la fábrica de productos químicos ubicada junto a Auschwitz y en la que trabajaban los internos del campo. Como consecuencia del ataque perecieron, al menos, 75 prisioneros. Otros cuatro ataques similares se produjeron en los meses siguientes. Parece claro que si el fin era acabar con un objetivo de alto valor estratégico, los problemas logísticos y operativos desaparecían y la muerte de prisioneros pasaba a tener un valor secundario para los altos mandos aliados.
Excusa y mentira nº 3. «No habría servido de nada»
Si se hubiera destruido Auschwitz, las SS habrían desviado los convoyes cargados con judíos hacia otros campos de exterminio. Este argumento, esgrimido también por los líderes del bando victorioso, ha sido rebatido por numerosos expertos. Quizás la argumentación más contundente proviene del historiador Stuart Erdheim, quien considera que de haber acabado con las instalaciones del complejo de exterminación de Auschwitz, las vidas salvadas se contarían por millares: «A los nazis les llevó 8 meses construir esas estructuras “industriales” en la época en que Alemania estaba en el apogeo de su poder. Reunir la mano de obra especializada y remodelar las zonas más complejas en la primavera/verano de 1944, habría sido difícil, si no imposible. Sin las instalaciones destinadas a la exterminación, las SS, sin duda, se habrían visto obligadas a ralentizar o incluso detener las deportaciones (que en la primavera/verano de 1944 ascendían a 70.000-80.000 judíos a la semana), mientras encontraban otros métodos menos eficaces para asesinar y eliminar los cadáveres».
Mauthausen, liberado por casualidad
El 5 de mayo de 1945, un pelotón formado por una veintena de soldados estadounidenses se encontró por casualidad con los campos de Mauthausen y Gusen. Decenas de miles de prisioneros enfermos y hambrientos celebraron el momento, aunque los hechos que sucedieron después no fueron tal y como tantas veces habían soñado. De hecho, ese mismo día, el pelotón liderado por el sargento Kosiek recibió la orden de volver a su cuartel general. Durante 24 horas el enjambre de esqueletos humanos quedó abandonado a su suerte.
En esas horas, centenares de hombres murieron fruto de los episodios de violencia que se produjeron por la desesperación, el hambre y el ansia de venganza. Otros perecieron por la falta de medios sanitarios y no pocos reventaron por ingerir una cantidad de comida a la que sus enjutos estómagos no estaban acostumbrados. Si las víctimas no se contaron por millares fue, exclusivamente, porque la organización clandestina que los prisioneros habían creado durante su cautiverio se encargó de mantener, a duras penas, el orden.
Estos hechos y el comportamiento de los oficiales estadounidenses podrían explicarse por el desconocimiento y la falta de preparación ante una catástrofe humanitaria con la que no contaban. El problema es que, nuevamente, eso no deja de ser una completa falsedad. Desde 1944 los servicios secretos aliados habían elaborado informes muy detallados sobre Mauthausen. En uno de ellos incluso advertían a sus superiores del riesgo que corrían los deportados. En el punto 6 del documento se podía leer: «DESTINO FINAL DE LOS PRISIONEROS: Los SS advertían constantemente a los presos de que, en el caso de que Alemania fuera derrotada, todos serían ejecutados». La preocupante noticia no llevó a los mandos aliados a variar su estrategia militar. La liberación de los campos seguía sin ser una prioridad.
48 horas antes de la fortuita liberación, el general Eisenhower mandó un telegrama a sus generales alertando sobre la existencia de Mauthausen y la posibilidad de que todos los internos fueran exterminados: «Hay campos satélite en Gusen, Linz, (...) conteniendo 80.000 prisioneros de guerra y deportados políticos de varias nacionalidades, incluyendo mujeres. (…) los alemanes planean exterminarlos completamente. Por ello han reclamado y recibido gas, dinamita y barcazas para ahogarlos. Las masacres habían comenzado (…)». En el momento en que se envía este telegrama, las tropas del general Patton se encontraban a menos de 20 kilómetros de Mauthausen. Sin embargo, a nadie pareció importarle la existencia del campo ni el terrible destino al que parecían abocados todos sus prisioneros. Tuvieron que pasar 48 horas para que el pelotón de Kosiek, cuya misión ese día era comprobar el estado de un puente, se topara casualmente con las alambradas del campo.
Conocidos estos hechos, la pregunta que cabe formularse es sencilla ¿Habrían actuado de la misma manera los líderes aliados si en Mauthausen y en el resto de los campos de concentración hubiera habido prisioneros estadounidenses y británicos en lugar de judíos, polacos, gitanos y españoles? Fue el propio, muy patriota y muy católico general Patton el que contestó indirectamente a esta pregunta cuando, tras la guerra, afirmó con orgullo «Algunos creen que los refugiados son seres humanos, pero no lo son. Y esto se aplica sobre todo a los judíos, que están en un nivel más bajo que los animales».
Este artículo recoge extractos del libro Los últimos españoles de Mauthausen de Ediciones B. En él se cita debidamente las diversas fuentes consultadas para la obtención de los datos.
Carlos Hernández | eldiario.es
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