Podemos surgió de la calle. De las protestas espontáneas ante tanto atropello a los derechos fundamentales. De la indignación por los abusos de un poder insaciable que llamó crisis a una estafa que generó desempleo, exclusión y desigualdades inconcebibles. Podemos se convirtió inmediatamente en el vehículo de la esperanza en un momento donde parecía que nada era posible a favor de una sociedad justa. Podemos fue -y tal vez todavía sea- la rebelión posible para “que la tortilla se vuelva”, como decía una canción republicana.
La situación era y es más que propicia ante la decadencia evidente de lo que algunos llaman el “bipartidismo”, lo que quizá no sean más que las dos caras de la misma moneda. El PP atormentado y derruido por sus políticas depredadoras y por una corrupción inocultable e incontenible; y el PSOE tratando de recuperar un discurso mínimamente izquierdoso que disimule un poco su inserción hasta el cuello en un sistema que se derrumba. Ambos se muestran incapaces de ofrecer alguna salida al desastre, mientras Izquierda Unida se deshace víctima de sus contradicciones internas.
Podemos emergió entonces como la herramienta para el cambio. Jóvenes lúcidos y preparados conducían en los primeros y recientes tiempos la contraofensiva antisistema y su debut en las urnas sorprendió a todo el mundo. Posiblemente a ellos más que a nadie. A Podemos lo atropelló el éxito, el cual -como dice el filósofo chino Chuang Tzu- “es el principio del fracaso”.
Las trampas del éxito
Lo que tiene la cultura de la inmediatez en que vivimos es que rápidamente, de un día para el otro, encumbra al menos pintado. Y lo malo de esta sociedad es que te mata de hambre o de estupidez. El éxito hace vivir a los ganadores en una nube que los va alejando de la realidad, y lo peor es que sobre todo los separa de su origen y de sus orígenes, los desclasa. Es decir, el éxito idiotiza. O si lo prefieren, marea. Y produce una sensación de poder -ficticia por supuesto-, de superioridad, que nubla los conceptos. Y al mismo tiempo una adicción tal, que cuesta sacudirse para bajar a la tierra.
Podemos llegó a las cumbres del éxito, y desde ahí las cosas ya no se ven de la misma manera.
No obstante, el Poder comenzó a inquietarse y lanzó una campaña de acoso y derribo. Así como hasta ese momento del éxito los jóvenes de Podemos eran novedosos, curiosos y hasta graciosos, al ver la convocatoria que tenían, los poderosos se asustaron y comenzaron a acusarlos de todo un poco. Les dijeron radicales, por ejemplo, como si el neoliberalismo y el Poder fueran moderados; o extrema izquierda, a pesar de que jamás propusieron ninguna medida que excediera el capitalismo; irreales, porque para ellos existe una sola realidad, la suya, y el resto queda fuera de lo razonable; venezolanos o -más grave aun- “bolivarianos”, para confundirlos con el demonio; populistas, para minimizar su arraigo popular; y un montón de cosas más, para afectar su credibilidad y tratar de emparejarlos con la corrupción imperante. “¿Ven? Son tan casta como nosotros”, fue el mensaje subliminal.
No hay peor defensa que una mala defensa
Bien. Hasta aquí lo esperado, lo previsible. Cuando el Poder se siente amenazado de alguna manera y especialmente si sospecha que los sometidos pueden rebelarse y su rapiña puede detenerse, no repara en medios y se le termina la paciencia democrática.
El asunto está en cómo defenderse: profundizando el cambio deseable o suavizándolo para no irritar a los que mandan. Podemos optó por retroceder en su impulso renovador. En ir rebajando sus postulados más atrevidos, que de todos modos nunca se pasaron de la raya sensata, hasta hacerlos parecer aceptables para toda la gente de buena voluntad. En fin, se fueron alejando del pueblo, de los estafados y de los indignados para abarcar más simpatías; se arrepintieron públicamente de los malos pensamientos; y se asearon y arreglaron para estar presentables ante los ojos inquisidores del capitalismo alerta.
Solo les está quedando como argumento de identidad censurar con dureza a los corruptos y a lo que llaman casta; otra ambigüedad a gusto del consumidor, cosa que comparten todos los partidos políticos. Incluso, en un alarde de hipocresía repetida y conocida, los del PP.
Cómo será el cambio de orientación de Podemos que hasta el mismo Rodríguez Zapatero, desde el lugar de los hombres que están de vuelta de todas las aventuras políticas, les arropó con un manto de comprensión ideológica. “Son jóvenes”, vino a decir, “no se alarmen”. “No son populistas”, afirmó para tranquilizar a los mercados y otros aliados. “Son socialdemócratas”, afirmó el expresidente, que empezó con una firmeza dignísima contra EEUU -recordemos- y terminó autorizando sus bases militares en territorio español, confirmando aquello de que llega un momento en que uno se abraza a la edad de la razón.
Nosotros, que nos queremos tanto…
No me estoy refiriendo -porque no me interesa lo más mínimo- al comunicado de separación de Pablo Iglesias y Tania Sánchez, sino a la relación entre los seguidores de Podemos y sus dirigentes. Con tanto retroceso y donde dije Diego, matizo y rebajo, el amor se está enfriando. Las encuestas ya no auguran un avance incontenible de la izquierda (perdón, de los de abajo), sino más bien un frenazo preocupante. En Andalucía, y admitiendo que el PSOE apresuró con pillería las elecciones para no darle tiempo a Podemos a organizarse mejor, la cosa no funcionó tan bien como era deseable.
Es pronto para pensar ya en otra decepción, pero hasta el papa Francisco va más allá que muchos de los dirigentes de Podemos. “El actual sistema económico nos está llevando a la tragedia y robando la dignidad”, dijo el sumo pontífice, sin tantas vueltas y sin pedir perdón. Y agregó: “Sé de una persona que gana 600 euros al mes, y en negro, por trabajar 11 horas al día. ¡Eso no es trabajo, es explotación, esclavitud!”. Tan clarito que da un poco de envidia. Y para colmo remató: “¡Tenemos que recuperar la lucha por la dignidad!”.
Claro que la derecha, tan católica, apostólica y capitalista, finge no haber oído, visto ni leído nada, pero la cuestión es que las cosas se dicen sin eufemismos desde la Santa Iglesia Católica.
La táctica y la estrategia
Tal vez -y esto es pura esperanza- el discurso edulcorado que últimamente ofrece Podemos responda a una razón táctica. Es decir, no amedrentar al gran capital, porque ya sabemos lo que hace: conspira y se va, y nos deja en cueros, metiéndose la democracia y todo lo que encuentre por el camino en los laberintos borgianos del beneficio rápido. Quizá el tema consista en acumular la mayor cantidad de votos posibles para hacerse fuertes desde la cantidad y así poder discutirle el gobierno al Poder. Son razones de la razón política que el corazón izquierdista no entiende, y a lo mejor es el camino más corto para ganar, pero ¿se trata sólo de ganar? ¿Para qué queremos ganar, solo para adecentar el sistema o para cambiarlo? Y si no ganamos, ¿se termina la política, la lucha por la dignidad y la esperanza de una sociedad mejor, justa y realmente democrática? ¿Por qué el insistente rechazo a la integración de Izquierda Unida en un frente común?
Sin duda existen muchos motivos para debatir colectivamente, para que la gente decida el camino y la forma. Me parece acertada la afirmación del vicepresidente boliviano García Linera recientemente en Argentina: ningún cambio es posible sin la gente en la calle.
¿No será mejor, entonces, apoyarse en la gente que necesita y quiere cambiar el sistema y no en toda la gente? ¿No estará el éxito verdadero en tener una reserva ideológica firme con propuestas posibles para un cambio paulatino del sistema y no una serie de medidas tan ambiguas que hasta Ciudadanos es capaz de suscribirlas?
Además, por más ambiguo que sea un grupo de izquierda (o de abajo, como gusten), el poder económico, el real, nunca se equivoca y tampoco nunca perdona que le cuestionen su pretendido derecho (al parecer divino) de apoderarse de todo y de todos.
De modo que a los únicos que logran confundir con la moderación de sus propuestas moderadas es a sus posibles electores (a los de abajo), desplazados una vez más a la condición de clientes porque ya no se habla de “mandar obedeciendo”, es decir, de hacer una democracia directa.
A ver si va a tener razón el amigo Chuang Tzu y “la fama es el comienzo de la desgracia”.
Ángel Cappa | eldiario.es