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Hasta aquí hemos llegado

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Todos necesitamos un cierto nivel de seguridad; por eso hemos inventado las leyes; para que nos den la seguridad que resulta de la hipótesis de trabajo de que todos vamos a respetar las leyes.  Fruto de esa hipótesis la gente está muy ilusionada con lo que dicen sus constituciones que, siempre, tienen declaraciones rotundas y protectoras de nuestros derechos que además no son unos derechos cualesquiera sino que son derechos fundamentales. Y en esa confianza vivimos.

Lo más probable, querido lector, es que sea Vd. del país que sea tampoco haya leído la Constitución. Y si ha empezado a leerla lo más probable es que sólo haya leído una parte y no tanto porque se ha cansado o se ha aburrido sino porque vio que era mejor creer que le protegía, porque si la leía y comparaba la protección ofrecida y la nula realidad tendría que pensar que le tomaban el pelo.

Otro tanto ocurre con las constituciones de las constituciones que son esas pomposas Declaraciones Universales. No le digo ya la de los Derechos del hombre y del ciudadano, de 1789, fundamento de la Revolución francesa y que - pese a todo reconozcámoslo - contribuyó a cambiar el mundo a mejor. Pero esa realidad no quiere decir que el mudo actual sea decente; sólo quiere decir que el mundo pretérito, el de las monarquías, era totalmente indecente: desde la planta del pié a la punta del pelo; desde su justificación - ¡extraterrestre! - hasta su realidad- ¡que ésa sí que era bien terrestre!

La ley sirve para algo: nos da la seguridad fruto de la fe - que es creer lo que no vemos ¿o lo que vemos que no es? - en la ley como reflejo de la justicia. Dice el art. 25 de la Declaración de Derechos Universales, que obliga a todos los países de la ONU: Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad”. ¡Es mentira!

Vd. se lo cree pero sabe que no es que sea mentira, es que es una tomadura de pelo porque no es cierto nada de lo que en ella se dice. Porque tener derecho si no se pueden exigir no es tener derecho, es como el aire en las manos; en el mejor de los casos como el agua en las manos “te permite un sorbo” pero casi toda el agua se pierde sin poder beberse. Pero como somos de un asqueroso buen conformar - ¿o lo que pasa es que somos asquerosamente insolidarios?- permitimos ese atropello que unos pocos, alrededor del 5 %, que nos tomen el pelo teniendo la misma riqueza que el 95 % restante; como nosotros estamos entre el 45 % mejor situado de ese 95 % restante, una bienestar relativo.
Y al ver ese nulo respeto a esos derecho comparados con el art. 4: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas” en vez de enfadarnos por la tomadura de pelo del art. 25 nos ponemos a batir palmas porque al FMI y las demás instituciones dedicadas a esclavizar a las personas se han conformado con atropellar el art. 25 y todavía no se han decidido a atropellar el art. 4. Y colaboramos con los que nos atropellan pensando que es mejor aguantar una patada en el culo que veinte.

Pero quizá lo que deberíamos hacer es decir ¡hasta aquí hemos llegado! ¡Eso han hecho los griegos!; y plantarles cara cuando todavía no estemos en la situación de los griegos. Porque ahora todavía tenemos una capacidad de pago. Ahora deberíamos exigir una renegociación de la deuda financiera. De lo contrario el 5 % que tiene el 95 % de la riqueza se convertirá en el 4 % que tendrá el 96 % e la riqueza ¡que es su objetivo!; y luego el 3 % tendrá el 97 %; y así sucesivamente.

Decía un amigo mío: el acreedor es el poderoso porque los deudores le deben; pero deja de serlo cuando los deudores dejan de pagarle. Entonces el acreedor vendrá a renegociar la deuda. ¡Eso necesitamos! Que él vengan a renegociar. Pero eso sólo ocurrirá cuando le perdamos el miedo y descubriendo su talón de Aquiles le digamos: ¡no pagamos más! Y si nos amenaza con que no nos dará crédito les diremos ¡pues dáselo a otro más pobre que todavía te ofrecerá menos garantías! ¡Tú verás!

Por eso no le quieren dar tiempo a los griegos? Quieren que humillen antes de las elecciones españolas salgan “podemos” y las siguientes donde saldrán “pudimos” y las que vengan luego donde saldrán “iros preparando”. Esperemos que los griegos aguanten. ¿Qué puede perder quien no tiene?

Si es verdad que “donde no hay beneficios todo lo demás son pérdidas” el envés de la frase es que: “donde sólo hay pérdidas todo lo demás son beneficios. Se arruguen o no los griegos nosotros, ¡precisamente por estar en situación menos mala! no nos podemos dejarnos comprar con engaños.


Es la hora de la revolución en las urnas: una revolución que nos permitirá elegir entre recuperar la República democrática que nos robó la derecha o seguir bajo la dictadura monárquica de la derecha.

Afonso J. Vázquez

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