Hay quienes afirman que la Transición fue modélica y sus protagonistas políticos de altura, “de los que ya no hay”. Según esto, el rey, Suárez, González, Carrillo..., fueron los artífices de un proceso de ingeniería política que logró el tránsito de la más siniestra dictadura a la más envidiable democracia. Al igual que Jesús en las bodas de Canaan, lograron el milagro de convertir el agua de cloaca franquista en democrático vino de crianza.
Algunos pensamos, sin embargo, que el nuevo régimen mantuvo el ADN franquista. Un rey a quien daba lo mismo jurar fidelidad a Franco y su régimen, que a la democracia y los derechos humanos; una Iglesia que mantuvo sus privilegios educativos, fiscales y sociales; un Ejército, Policía y Guardia Civil, principales pilares represivos de la Dictadura que, sin depuración alguna, fueron vendidos como modelo de profesionalidad y espíritu democrático, una Banca y una clase empresarial que medró al amparo de la supresión de las libertades sindicales y hoy copa el IBEX-35 y, por último, una “España, una, grande y libre”, ahora reconvertida en “indivisible e indisoluble”.
Hoy, como ayer, vivimos tiempos convulsos. En poco tiempo hemos conocido las mayores movilizaciones sociales y políticas habidas desde la Transición. Al igual que entonces, la crisis política e institucional no tiene parangón: monarquía, bipartidismo, unidad territorial,... La situación política está atravesada por la esperanza, pero también por la incertidumbre. “Mondo dificile, vita intensa, futuro incerto”, que canta Tonino Carotone.
Corría julio de 1974 cuando, impulsada por el PCE se creó la “Junta Democrática de España”, agrupando además a otros partidos (PSP, PTE...), sindicatos (CCOO), colectivos sociales y personalidades. Se reclamaba, entre otros puntos, la amnistía, la legalización de los partidos políticos, las libertades democráticas, el reconocimiento de la personalidad política de los pueblos catalán, vasco y gallego, la separación de Iglesia y Estado y la celebración a plazo fijo de una consulta para elegir la forma de Estado.
Un año después, junio de 1975, el PSOE, intentando ganar un espacio político del que carecía, impulsó la “Convergencia Democrática”. Se agruparon allí también distintos partidos (MCE, ORT, Izquierda Democrática, Partido Carlista,...), el Consejo Consultivo Vasco (PNV...), la UGT,... Su programa, más radical aún que el de la Junta, exigía la “ruptura con el régimen”, la “apertura de un proceso constituyente”, el “derecho de autodeterminación”, cambios en las “estructuras socio-económicas y culturales”... En fin, ni te cuento.
A partir de ahí, mientras la dictadura daba los zarpazos represivos más violentos conocidos en los últimos años (fusilamiento de Txiki, Otaegi, Baena, Sánchez Bravo y García Sanz -septiembre de 1975-; masacre del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz –cinco asesinados-; semana pro-amnistía en Euskal Herria, mayo 1977, siete muertos más,...), el modélico proceso de la Transición seguía adelante. La Junta y la Convergencia se unían en marzo de 1976, rebajando de forma importante su programa inicial. La ruptura con el régimen se equiparaba ahora a lograr una “alternativa democrática” a éste.
Seis meses después, avanzando en esta misma dirección, se constituyó la “Plataforma de Organismos Democráticos”. Se reclamaba ya sin embages un “Gobierno de amplio consenso democrático” (Suárez era ya Presidente), un “programa económico concertado”, “Estatutos de Autonomía” para regiones y nacionalidades y “convocatoria de elecciones a una Asamblea Constituyente”. De ahí saldría la llamada “Comisión Negociadora de los nueve”(monárquicos, democristianos, liberales, nacionalistas de derechas, socialdemócratas, socialistas y comunistas) para negociar con Suárez las elecciones de 1977.
En resumen, en poco más de dos años aquel proceso se había convertido en un embudo en el que, por su boca, habían entrado sobre todo de forma mayoritaria formaciones sociales y políticas de izquierdas junto con sus reivindicaciones, pero por su parte más estrecha había salido tan solo una negociación a la baja con un gobierno franquista que buscaba tan solo la legalización de los partidos (algunos siguieron prohibidos) y sindicatos y la realización de unas elecciones controladas desde el Gobierno de UCD.
Se pensó que con conseguir las elecciones todo cambiaria. No fue así. Se había aceptado jugar en terreno ajeno y con árbitros comprados y nada bueno podría salir de aquello. Se bajó el pistón de la movilización y se vaciaron colectivos sociales para atender con su militancia nuevas responsabilidades. La Constitución elaborada fue hija de siete padres y ninguna madre. Los militares, desde los cuartos cercanos, les mandaban papelitos diciendo cómo tenían que ser redactados los artículos que consideraban esenciales. Y los siete padres constitucionales aceptaron todo aquello sin regañadientar ni denunciar nada. El parto fue un esperpento: monarquía, iglesia, España indisoluble e indivisible, impunidad para los crímenes franquistas – previa Ley de Amnistía-,...
Algunos la aplaudieron fervientemente –PSOE, PCE,...-. Otros, más de izquierda –PTE, ORT,..-, defendieron el “Sí y seguir avanzando” en el referéndum constitucional. Se tragaron éstos últimos lo que habían sido sus señas de identidad y murieron de la indigestión. Se vendió por todos ellos el profundo “contenido social” del texto constitucional: derecho al trabajo, a la vivienda..., que ya se ha visto lo que dio de sí. Tan solo la izquierda soberanista vasca, catalana, gallega y canaria y algunos grupos de izquierda (LCR-LKI, MCE,...) rechazaron aquel proceso e impulsaron el “no” o la abstención.
Hoy, como ayer, se habla mucho de “proceso constituyente”, pero no queda nada claro si se esta hablando de una ruptura con la gran farsa institucional y social que vivimos o de una mera reforma al régimen actual. Algunos, nuevamente, quieren hacer pasar el agua por vino.
No creo que recordar qué pasó en la Transición sea contar batallitas. “Quien no conoce la Historia está condenado a repetir sus errores”, se dice.
Sabino Cuadra es diputado por Amaiur