Aquilino Gómez, falleció ayer en Burgos a los 98 años
Se le escapó la vida mientras esperaba. Él, que no dio tregua al Régimen, al final será el gran ausente junto a Gervasio Puerta del homenaje que rendirá mañana la Asociación de Expresos a las víctimas de la dictadura ante las puertas del que fuera el penal de Burgos. Aquilino Gómez Fernández, combatiente, guerrillero y represaliado se ha quedado a las puertas del reencuentro con quienes fueron compañeros de celda y después en la clandestinidad. Falleció ayer en Burgos, donde residía, y una gran bandera republicana cubrió su féretro dando testimonio, hasta el último minuto, de sus principios.
Una bandera similar envolverá mañana a los cuatro miembros de la Asociación de Expresos que se desplazarán hasta las puertas de la cárcel donde un día fueron confinados por un Régimen que no dio tregua al disidente. Pepe Martín, Lucio de la Nava, Eugenio Cordero y Luis Berlinches caminarán hacia un edificio que, según sus propias palabras, aún les abre las carnes porque su imagen hace aflorar el terror que vivieron durante los años de condena. Las vejaciones, el maltrato, la mordaza impuesta por un dictador a todo el que se postuló en contra y le combatió.
Aquilino fue uno de los guerrilleros que participó en el intento de invasión de España a través de Asturias.
Tras la segunda guerra mundial, el PCE encomendó a 30 hombres desembarcar en Asturias para sublevar a la población y forzar la intervención aliada
En el pequeño puerto de Lastres, en Asturias, la marea pugnaba con el ‘Pourquoi-Pas?’, un pesquero francés. A veces les zarandeaba cerca del espigón y otras les mandaba de vuelta a mar abierto. La nave, donde viajaban 30 milicianos del Partido Comunista de España (PCE), estaba a la deriva porque un cabo se había enganchado en la hélice. Si lograban desembarcar, propagarían una nueva guerra contra Franco. Aun así, en la madrugada del 28 de enero de 1946, el último combate por España estaba secuestrado por una cuerda suelta.
El sol levantaba, poco a poco, el velo nocturno que les había camuflado desde que zarparon de la localidad vasco-francesa de San Juan de Luz. Amanecía y solo quedaban unos minutos antes de que alguien los viese a la deriva. “La corriente nos sacaba del puerto y estábamos perdidos”, narra Aquilino Gómez Fernández, uno de los últimos testigos vivos de la misión. En la bodega del pesquero viajaban escondidos los milicianos de la Agrupación Pasionaria. Eran veteranos de la guerra civil y de la resistencia en Francia. Y se habían ofrecido voluntarios para esta misión. Desde su partida, tuvieron mala mar y no habían podido desembarcar en la playa asturiana de La Isla (Colunga), su objetivo original. Los combatientes pensaron incluso en “encallar el barco en el arenal, que estaba casi desértico”, explicaba Aquilino con una lucidez magnífica cuando tenía 98 años, en su casa de Burgos. Pero tampoco. Entonces se arriesgaron a entrar en el puerto de Lastres.
El desembarco en Asturias se había gestado como un nuevo intento por reconquistar España tras el fracaso de la invasión del Vall d’Aran. Esta vez, el PCE no quería movilizar a su ejército (había más de 13.000 maquis en Francia), sino infiltrar a los hombres en la población para reavivar las ascuas de la guerra.-