CONSTITUCIÓN DE LA REPUBLICA ESPAÑOLA (1931)
Artículo 1º. España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia. Los poderes de todos los órganos emanan del pueblo. La República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los Municipios y las Regiones.
CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA (1978)
Artículo 1º. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.
Yo pertenecí a La Casta, sí, y como tal estoy en disposición de establecer los parámetros que la configuran y la definen en primara persona. Aquellos que dándose por aludidos se preguntan qué es eso de La Casta, proclaman una declaración de hipocresía y de cinismo. La casta tiene sus raíces en el franquismo y se enmascaró con el sagrado título de La Transición. España pasó de una dictadura genocida a una democracia constitucional sin ruptura, sin revolución, solamente a través de una mera evolución casi natural bajo el epíteto de modélica. De 1975 a 1978 los franquistas sufrieron una conversión súbita y abrazaron la democracia como si demócratas hubieran sido de toda la vida. Sobre la camisa azul gentil y postinera, se calzaron el traje de los defensores de los valores constitucionales. Los ganadores de la guerra civil y los opositores a la dictadura, consensuaron un pacto que dejó impune los crímenes del franquismo, y esto permitió a los herederos de Franco y de Fraga, hacer compatible los valores del franquismo y los valores democráticos. Un esperpento nacional único en el mundo. Todo esto bajo la perversa falacia de que España no estaba preparada para una ruptura tajante con el régimen anterior y por la amenaza de involución, que no se logró evitar (23-F).
España empezó a caminar a partir de 1978 con una constitución monárquica, donde la figura del Rey ya la había instaurado en su testamento, el Caudillo de España que lo fue por la Gracia de Dios. Pero ¿quién tuteló ese régimen? No la Constitución Española, progresista a la cabeza de los países occidentales, sino el consenso que en aras de evitar una involución ha gobernado bajo la sombra del nacionalcatolicismo (Sumisión a la Iglesia) y el nacionalsindicalismo (Persecución por parte del franquismo a los sindicatos). El llamado consenso fue capaz de hacer un solo paquete respetando los preceptos del franquismo y el articulado de la Carta Magna. Un disparate nacional.
Con estos planteamientos, sin duda discreparán, los aún enamorados de la Santa Transición, modélica y exportable al mundo oprimido, para dotarle de las alas de la libertad para conseguir la democracia. Es evidente que la dictadura de Franco no tiene nada que ver con la España democrática. Pero también es verdad que los franquistas siguen siendo los mismos. Herederos de Franco y de Fraga, sus fundadores, y obran en consecuencia.
La Casta se engendra en la medida que nos vamos acomodando al pacto constitucional, entendiendo este pacto mordaza para que nadie desate lo que quedó atado y bien atado en 1975, muerte del dictador y 1978, proclamación de la Constitución Española, compatibilizando el franquismo y la monarquía parlamentaria.
Denominar como casta a todos los servidores públicos implicados en los tres poderes del estado, incluyendo la Corona y las fuerzas armadas, no es ninguna barbaridad. E incluir en esta casta a todos los medios de comunicación públicos y privados, es una evidencia necesaria. Sin excluir al capital y los empresarios.
Yo he sido testigo, cómplice y víctima de los desmanes de La Casta, cuando votaba a corruptos y a imputados, cuando comulgaba con la idea de que no había otra vía de salida, cuando aceptaba como mal menor la opción política que votaba como la menos mala. He defendido de forma ingenua que no todos los políticos eran iguales, aunque me demostraban que en la defensa del débil y en lo económico, todos adoraban al mismo Becerro de Oro.
Me había alineado con La Casta que proclama que solo se puede hacer lo que ellos deciden y cuando alguien no está de acuerdo, es un populista, un demagogo y engaña al pueblo… Es curioso lo que sucede con la palabra populismo, que no la recoge el diccionario de la Real Academia Española, y sin embargo, tanto la utilizan para insultar a los que dicen que, sí se puede, pero no son capaces de definir el significado de populista concretamente. La Casta, lejos de conseguir la reconciliación entre los españoles, después de una guerra fratricida, ha logrado radicalizar la sociedad: Pobres y ricos. Españoles y emigrantes. Derechas e izquierdas. Vencedores y vencidos. Patronos y obreros. Capital y explotados. Demagogos populistas y caciques ilustrados.
La clase política actual es el crisol de 36 años de cimentar la convivencia y el progreso de los españoles sobre una mentira que asombró al mundo. Mentira que muchos fuimos capaces de creernos y que se la creyeran gentes de nuestro entorno europeo. Hemos vivido en la mentira como escribía Václav Havel en El poder de los sin poder.
La duda de quién pertenecen a La Casta, al menos por mi parte, está disipada. Mi voto de confianza se lo doy a los demagogos y populistas y les concedo el mismo derecho a equivocarse otros 36 años. Al menos ya no me van a engañar…