Fray Gallardón, portavoz de la Iglesia, la Falange, el Islam y los Carlistas. Nos han querido hacer creer que la cuestión del aborto, a favor o en contra, se debatía en torno a criterios científicos. Sin embargo no es una cuestión ni científica ni de derechos, es, simplemente, una cuestión religiosa. Aunque sólo sea porque tanto la Iglesia católica como el Islam prohíben abortar porque lo dicen sus libros sagrados. Y por eso los enemigos del aborto no son otros que sus cruzados o yihadistas.
Hace unas semanas las legiones de católicos, musulmanes, falangistas y cruzados carlistas se lanzaron, unidas, a la ofensiva contra el aborto. Da qué pensar que sean las fuerzas políticas ideológicamente totalitarias y enemigas de los derechos humanos las que estén en contra del derecho de la mujer a abortar. A que ellas dispongan sobre algo que sólo les pertenece a ellas: su cuerpo y su destino.
Todos los sistemas políticos totalitarios y militares, reaccionarios y de derechas, católicos y musulmanes, como las dictaduras de Franco, Pinochet, Perón, Hitler, Mussolini, Stalin, Mao…y los Estados musulmanes en Irán, Irak, Marruecos, Qatar, Arabia Saudí, Níger, Sudán…etc., regímenes que se impusieron y siguen imponiendo por las armas, la violencia y el crimen de Estado, como razón de Estado, no es por casualidad que sean beligerantes inquisidores contra el derecho de la mujer a abortar.
Las ideologías y sus sistemas políticos que se han construido invocando las “cruzadas” contra el hereje o la “guerra santa” contra el infiel, tienen la desvergüenza de invocar el derecho a la vida de quien aún no ha sido para justificar su derecho a oprimir y dominar a la mujer. Reduciendo la condición de ésta a ser esclava sexual y económica del Poder de dios, del clero y de los imanes. Personajes tan primitivos como salvajes. A esta condición de esclava, ellos la llaman: madre.
Bajo la paradójica consigna de “Vª Marcha por la Vida”, los herederos del carnicero de Badajoz, el general Yagüe, los católicos, herederos de quienes apoyaron la sublevación militar y la dictadura de Franco, organizados en “Derecho a Vivir” y en “Hazte Oír”, grupos de ideología ultraderechista como Colectivo 33, localizado en Castellón de la Plana. Sus miembros, que se proclaman como admiradores del falangista José Antonio Primo de Rivera, junto con los descendientes de quienes celebraban la muerte de miles de personas en el atentado a las torres gemelas y hacen de la guerra el mejor medio para elevarse hasta su dios y unidos a ellos el Centro Islámico AlQaim de Barcelona y de la Asociación Cultural Imamita de Badalona… etc., hace unas semanas, se pusieron en movimiento en España esta serie de organizaciones de origen falangista, católico, militarista y musulmán dispuestas a ocupar las calles para instaurar en ellas su dictadura moral.
Educado entre sotanas y entre tinieblas, Gallardón se había propuesto, porque a él le da la gana, que España entera, desde la cuna a la sepultura, viva en castidad. Y a esta divina misión ha dedicado su vida entera. De manera que no existe premio mayor para un misógino y homófobo patológico que, en cumplimiento de la doctrina cristiana, saborear los tormentos de la castidad matrimonial para conseguir, así, reprimido día y noche, la aureola del martirio. Gallardón quería morir mártir a fin de alcanzar la gloria. Al fin, crucificado por causa de la castidad, lo ha conseguido.
Con su martirio ha conseguido, paradojas de la divina providencia, que las mujeres, las mismas a las que pretendía imponer el cinturón de la castidad y encerrar entre paredes, de las que sólo podrían salir para ser fecundadas como madres, se sientan liberadas de las cadenas del cinturón de castidad y del código penal. Más convincentes que los valores cristianos para mantener a las mujeres en su función de máquinas de parir. Función a la que dios, desde el Paraíso, las condenó para siempre. Ellas también celebrarán con cubatas y vodka el martirio alcanzado por el casto Gallardón.
Por todo ello, el papa está airado ante el espectáculo de que las mujeres tomen la decisión sobre su propia vida. Sus cantamañanas ya han recibido las consignas vaticanas. Y desde sus medios, la prensa, la radio, la televisión y los cientos de organizaciones que se han montado para recibir subvenciones del Estado contra las libertades, se disponen, uniformados de cruzados, de curas y falangistas, a dar la última batalla. El carlismo nunca murió. Por eso sale ahora del fondo de sus cavernas. Como espectros de ultratumba.
La lección que debemos sacar de este martirio es que, de momento y mientras estemos movilizados, la paralización de esta brutal ley contra la libertad de la mujer ha sido un éxito de todos. De todos los que se han movilizado y desde diferentes frentes han denunciado que se nos imponga la doctrina cristiana y la ley musulmana por la vía del Código penal. Querían meternos en la Edad Media. La lección es esta: que la libertad no se ha conquistado para siempre, o la defendemos cada día o nos la arrebatan. Cuando las huestes del terror clerical se manifiesten en defensa de su ley, deben tener la correspondiente respuesta movilizándose toda la sociedad. No se les debe permitir que la calle sea suya. La calle es de todos.
A fin de cuentas entre las huestes de la caverna y las fuerzas del progreso existe una diferencia fundamental, que ellos intentan imponernos su voluntad y los demás lo único que queremos es que cada cual sea libre para actuar de acuerdo con su voluntad. Si ellos no quieren abortar, nadie les obliga a que lo hagan; pero tampoco podemos consentir que ellos nos impongan su ley
Javier Fisac Seco es historiador, caricaturista, analista político