Hoy se sienta en el banquillo de los juzgados para declarar en la querella abierta en Argentina contra el régimen franquista que en su día le condenó al campo de concentración de Miranda, un lugar en el que, asegura, pudo comprobar «hasta qué limite puede llegar la crueldad humana». A sus 98 años, en la memoria de este miliciano anarquista se repiten nombres, fechas y batallas con una precisión que solo quien vivió marcado por el horror puede conservar.
La justicia aunque lenta, siempre llega. A Félix Padín, como a miles de españoles, la espera se le ha hecho demasiado larga, pero casi ocho décadas después, por fin divisa un poco de luz al final del largo túnel del silencio impuesto.
Suele decirse que más vale tarde que nunca.
Sí, pero en este caso el paso del tiempo y la impunidad son especialmente dolorosos. La mayoría de los culpables ya ni siquiera viven, aunque por lo menos con esta querella quizá logremos que queden para la historia como lo que fueron: asesinos.
Hace dos meses recibió la visita de la jueza argentina Servini, ¿qué pudo contarle sobre su experiencia?
Hablamos poco y además, por una traba legal, no pudo tomarme declaración oficial. Aún así ya hemos enviado toda la documentación necesaria para la querella y ella me aseguró que mi testimonio es uno de los más completos y valiosos.
¿Había perdido ya la esperanza en que se hiciera algún día justicia?
La esperanza nunca se pierde, pero lo veía difícil. En su día escribí al juez Garzón para decirle que igual que juzgaba a Pinochet hiciera lo mismo aquí, pero nunca me respondió.
Resulta sorprendente que tenga que ser Argentina quien abra un proceso que España nunca se ha atrevido a afrontar.
Es una vergüenza como se ha intentado pasar página en este país. Ojalá algún día se restablezca la verdad, pero realmente la oportunidad histórica se perdió en la Transición. La amnistía y perdón de entonces fue como volver a fusilar a los asesinados.
¿Es la memoria histórica la asignatura pendiente de la democracia?
Sí, pero un ejercicio de memoria histórica real, no vacío de contenido. Cuando murió Franco dijo que lo dejaba todo atado y bien atado y desgraciadamente así fue, porque muchos pensamos que se restauraría la República y los derechos sociales previos al alzamiento nacional, pero pecamos de ilusos. Esta no es la democracia que esperábamos.
¿Qué siente cuando le dicen que hay que olvidar y no reabrir heridas del pasado?
La historia está para aprenderla y lo que sucedió en España es historia con mayúsculas, de la que debería enseñarse en las escuelas. No me mueve un sentimiento de venganza, sino de justicia, pero es triste que todo el mundo sepa lo que pasó en la Alemania nazi pero la mayoría ignore que aquí también hubo campos de concentración y fusilamientos. Y lejos de tener un Nuremberg, en España se pretende avanzar con miles de muertos en cunetas y fosas comunes.
Usted pasó seis años preso, la mayoría en un campo de concentración.
El 18 de diciembre de 1937 ha estado siempre presente en mi memoria. Es el día que pisé por primera vez el campo de Miranda, aunque luego lo hice en otras dos etapas. Allí comprobé hasta qué límite puede llegar la crueldad humana. Los que no morían de hambre y frío, lo hacían comidos por los piojos y el tifus, nos golpeaban por todo y a muchos se los llevaban y no los volvías a ver. Recuerdo a un compañero asturiano que le sacaron del barracón por la mañana y por la noche lo trajeron medio muerto de la paliza y lo único que pudo susurrar es: «No me han podido sacar nada».
Luego vinieron los batallones de trabajo.
Eran casi peor que el campo de concentración porque teníamos que hacer trincheras mientras disparaban desde ambos bandos. Muchas noches dormíamos a la intemperie sobre el mismo barro y ni te planteabas escapar porque sabías que si lo hacías, la pagaban con tu familia.
En la querella se juzgan también delitos contra la humanidad posteriores a la guerra.
Es que aguantar durante años la humillación de la derrota fue casi mas duro. Pensar que en cualquier momento podían venir a buscarte era una sensación insoportable y además la gente pasaba mucha hambre.
¿Sufrió alguna represalia en esos años?
Estaba fichado y sabía lo que eso significaba. Un día me vinieron a buscar al trabajo y me llevaron esposado solo por no haber comunicado un cambio de domicilio. Era una forma de hacerte ver que estaban detrás de ti todo el tiempo, pero dentro de lo que cabe yo no tuve demasiados problemas. Otros compañeros no tuvieron tanta suerte y sufrieron muchas vejaciones, sobre todo en los pueblos, donde hubo muchas venganzas personales.
Usted nació y vivía en Bilbao, ¿por qué se asentó en Miranda tras pasar por el campo?
Por trabajo. Al quedar en libertad regresé a Bilbao y me juntaba en la clandestinidad con otros militantes de CNT, hasta que me advirtieron de que me tenían vigilado y que lo mejor era que me fuera de allí. En aquel momento la empresa en la que trabajaba tenía obras en Miranda y me mudé.
A pesar de todo lo que sufrió ha seguido firme en sus principios hasta hoy.
Siempre digo que nos vencieron, pero no nos convencieron. Hace casi un siglo no luchamos por una bandera o unas siglas, sino por un mundo mejor y más solidario y esos valores siguen vigentes, aunque la juventud de ahora los tenga menos presentes.
Fuente: www.diariodeburgos.com