"Nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia", dijo Emilo Castelar.
Un amigo me anima a acompañarle a una pequeña sala de cine cerca del estadio Vicente Calderón, teatro de los sueños rojiblancos. “La van a quitar enseguida”, me advierte.
La historia de 'Stella Cadente' (estrella fugaz) no puede ser de mayor actualidad. El nombramiento por las Cortes Constituyentes españolas, de Amadeo I de Saboya como rey de España.
La revolución de 1868 y la huida desde San Sebastián a París de la reina Isabel II de Borbón, la de los Tristes Destinos, provocó la búsqueda de un rey que cumpliera los requisitos de la Constitución liberal de 1869, que indicaba como forma de gobierno la Monarquía Constitucional.
La película de Lluis Miñarro, describe con rigor y minuciosidad, los buenos deseos de monarca, su voluntad y esfuerzos para ser reconocido, querido y apoyado por los españoles gracias a una política progresista de estímulo a la educación, a la industria, de clara separación entre la iglesia y el estado, de colaboración con las regiones más desarrolladas y activas, como eran la vasca y la catalana.
6 gobiernos en poco más de dos años de reinado, alzamientos, atentados, guerras carlistas en el interior y guerra de Cuba en el exterior, jalonan un tiempo tumultuoso y convulso, que llevan con rapidez a su abdicación dando paso a la primera república española.
El film no aborda esta consecuencia. Termina con un duro monólogo del rey, reconociendo su incapacidad para regentar un país ingobernable, lleno de intrigas, odios irreconciliables, disputas territoriales, egoísmos personales de los generales y ministros, corrupción e hipocresía en todas las instancias del poder.
La crisis financiera, de los ferrocarriles y la industria textil catalana, la quiebra de varios bancos, el desprestigio de las instituciones ante el pueblo, las hambrunas causadas por la falta de alimentos y subsistencias supuso el desprestigio total tanto de la dinastía borbónica como de la propia Monarquía.
La sensación que transmite esta excelente película, profundizando con rigor en los acontecimientos de esa época, es que en España puede ocurrir cualquier desastre a poco que nos lo propongamos.
Es inevitable buscar algún paralelismo con la situación de nuestro país en estos días. Han bastado unas elecciones europeas, teóricamente sin trascendencia en el ámbito interno para que convoque congreso extraordinario el principal partido de la oposición con la expresa renuncia de su líder a volver a presentarse, el rey anuncie su abdicación, decidida parece ser hace meses según se ha sabido recientemente, se ponga en marcha de forma precipitada el proceso para nombrar su sucesor y numerosas fuerzas políticas exijan en el Parlamento y en la calle, un nuevo proceso constituyente, un referéndum exclusivo sobre Monarquía o República, al tiempo que se grita con insistencia que el Congreso y el Senado, donde reside la soberanía popular elegida hace poco más de dos años, no son representativos de la población española, cuestionando su legitimidad.
Una vez más ante hechos de enorme trascendencia para la gobernabilidad de España, la burguesía catalana y vasca y sus partidos respectivos CiU y PNV (secundados como novedad por los insulares de Coalición Canaria) se ponen de perfil, como tanto gustaba de posar por cierto Amadeo I, y aseguran que esta decisión no va con ellos, que se lavan las manos y se abstienen de votar sí o no al nuevo monarca. Sus preocupaciones son otras, sus calendarios parecen ser inamovibles. Conviene recordarles que ante nuevas situaciones, conviene repensar el camino previsto, no vaya a ser que el que vienen realizando les lleve a un callejón sin salida y de muy difícil retorno.
Sin caer en panegíricos laudatorios francamente obscenos que llevamos padeciendo desde el día de la abdicación de Juan Carlos, si es importante que todos los tirios y troyanos que habitamos en esta piel de toro, reconozcamos aunque cada uno ponga el mérito y el acento donde prefiera, que con la Constitución de 1978 aprobada muy masivamente después de un gran esfuerzo de consenso, hemos vivido el mayor periodo democrático, de crecimiento económico y cultural de nuestro país.
La mayor parte de este tiempo España ha tenido gobiernos del Partido Socialista Obrero Español. No recuerdo que el rey haya vetado, cuestionado o se haya opuesto a ninguna ley aprobada por el Parlamento, lo cual para mí, es su mayor mérito.
Dicho esto lo que ocurra en Catalunya en los próximos meses, y no tanto el debate república o monarquía, será lo que decante y ponga a prueba los primeros pasos del nuevo rey que será proclamado el próximo 18 de Junio de 2014 con muchísimo más apoyo que el primer rey nombrado por un Parlamento en España, Amadeo I.
Conviene recordar, para los que gustan de datos históricos y hacen comparaciones de elecciones que nada tienen que ver, que el 16 de noviembre de 1870, Amadeo I fue nombrado rey por 191 votos a favor. 120 votaron a otras opciones o en blanco. De ellos 60 se pronunciaron a favor de una República Federal y 2 de una República Unitaria.
Pasados poco más de dos años, el 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, reunidos en sesión conjunta como Asamblea Nacional, después de la renuncia del rey, proclamó la primera república.
En aquella ocasión el republicano Emilio Castelar subió al estrado y pronunció su conocido discurso:
“Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”.
Esa república que traía “todas las circunstancias, la conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia”… duró un año y diez meses…
Por Juan José Azcona
Fuente: www.nuevatribuna.es