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República y laicismo

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La forma republicana de gobierno siempre ha estado asociada a una ideología, un sistema de valores laicos, por una razón muy sencilla porque desde las democracias republicanas griegas, pasando por la romana, el fundamento de legitimidad y la soberanía no emanaba de los dioses, como en el caso de las monarquías, que eran autoritarias y por eso fundamentaban su origen en divinidades. Las repúblicas no tienen otro origen del Poder, poder popular, que en las asambleas populares en las que residía y de las que emanaba la soberanía popular. De manera que, por su origen las repúblicas son incompatibles con los dioses, fuente de soberanía en las monarquías, y con éstas por la misma razón. Otra cosa es que el Estado y los ciudadanos creen sus propios dioses, nunca un dios dominante, porque entonces volverían a un régimen autoritario monárquico, sino un conglomerado de dioses públicos y privados, que no son soberanos ni legisladores. A diferencia de los dioses monoteístas que son origen del Poder y legisladores, ya que la moral es su ley, imperativa y categórica, para todos los súbditos del monarca o del dios.

Para las religiones su forma preferida de gobierno fueron las monarquías absolutas porque en ellas tenía garantizada su participación en el Poder como aparato ideológico y represivo del Estado y porque siendo absolutas no eran una amenaza para ellas sino una garantía en el ejercicio de una moral absoluta. En defecto de las monarquías apoyarán las dictaduras y las modernas formas corporativas o fascistas de los Estados, pero estos Estados al entrar en competencia con su función ideológica, ya que proponían su propia ideología totalitaria, especialmente el nazismo, les producían desconfianza. No por su ideología totalitaria, que era compartida, sino porque pudieran someter al clero a su absoluta autoridad. Lo que nunca ocurrió en las monarquías porque, además de por las razones dadas, los monarcas legitimaban su poder en el origen divino del mismo.

Todo lo contrario que ocurrirá con los sistemas políticos republicanos. Hay quienes creen que los republicanos deben renunciar al laicismo para de esa manera atraerse la simpatía de los católicos. El problema estratégico que siempre se plantea con este razonamiento es que quien renuncia a su propia ideología o la descafeína para aliarse con los católicos acaba siendo católico porque nunca un católico va a renunciar a su ideología para simpatizar con otras ideologías. Ya que no puede renunciar al dogma y si renuncia al dogma no tiene sentido renunciar al laicismo que es tanto como renunciar a la república.

La República, hoy, si es necesaria y es inevitablemente necesaria en el proceso de liberación individual y social no es sólo porque proponga una forma de gobierno republicana sino fundamentalmente porque propone un sistema de valores, además de la soberanía popular, contenidos en todas las declaraciones fundamentales de derechos individuales y sociales. De entre todos ellos uno: la libertad moral o de conciencia absolutamente incompatible con cualquier ideología monoteísta porque sencillamente son dogmáticas.

El sistema de valores republicano ha sido, desde su proclamación en las revoluciones norteamericana y francesa, atacado sin contemplaciones por todas las religiones monoteístas.

Ni que recordar tengo que hoy el Islam ataca a Occidente no porque seamos rubios y altos sino por sus valores: los derechos individuales.

En 1781 en respuesta a la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el Papa Pío VI, irritado escribía y proclamaba: “¿Dónde está entonces esa libertad de pensar y hacer que la Asamblea Nacional otorga al hombre social como un derecho imprescindible de la naturaleza? Ese derecho quimérico, ¿no es contrario a los derechos de la Creación suprema a la que debemos nuestra existencia y todo lo que poseemos? ¿Se puede además ignorar, que el hombre no ha sido creado únicamente para sí mismo sino para ser útil a sus semejantes? Pues tal es la debilidad de la naturaleza humana, que para conservarse, los hombres necesitan socorrerse mutuamente; y por eso es que han recibido de Dios la razón y el uso de la palabra, para poder pedir ayuda al prójimo y socorrer a su vez a quienes implorasen su apoyo. Es entonces la naturaleza misma quien ha aproximado a los hombres y los ha reunido en sociedad: además, como el uso que el hombre debe hacer de su razón consiste esencialmente en reconocer a su soberano autor, honrarlo, admirarlo, entregarle su persona y su ser; como desde su infancia debe ser sumiso a sus mayores, dejarse gobernar e instruir por sus lecciones y aprender de ellos a regir su vida por las leyes de la razón, la sociedad y la religión, esa igualdad, esa libertad tan vanagloriadas, no son para él desde que nace más que palabras vacías de sentido.”

“Sed sumisos por necesidad“, dice el apóstol San Pablo (Rom. 13, 5). Así, los hombres no han podido reunirse y formar una asociación civil sin sujetarla a las leyes y la autoridad de sus jefes. “La sociedad humana”, dice San Agustín (S. Agustín, Confesiones), “no es otra cosa que un acuerdo general de obedecer a los reyes“; y no es tanto del contrato social como de Dios mismo, autor de la naturaleza, de todo bien y justicia, que el poder de los reyes saca su fuerza. “Que cada individuo sea sumiso a los poderes“, dice San Pablo, todo poder viene de Dios; los que existen han sido reglamentados por Dios mismo: resistirlos es alterar el orden que Dios ha establecido y quienes sean culpables de esa resistencia se condenan a sí mismos al castigo eterno.

Pero para hacer desvanecer del sano juicio el fantasma de una libertad indefinida, sería suficiente decir que éste fue el sistema de los Vaudois y los Beguards condenados por Clemente V con la aprobación del concilio ecuménico de Viena: que luego, los Wiclefts y finalmente Lutero se sirvieron del mismo atractivo de una libertad sin freno para acreditar sus errores: “nos hemos liberado de todos los yugos“, gritaba a sus prosélitos ese hereje insensato. “Debemos advertir, a pesar de todo, que al hablar aquí de la obediencia debida a los poderes legítimos, no es nuestra intención atacar las nuevas leyes civiles a las que el rey ha dado su consentimiento y que no se relacionan más que con el gobierno temporal que él ejerce. No es nuestro propósito provocar el restablecimiento del antiguo régimen en Francia: suponerlo, sería renovar una calumnia que ha amenazado expandirse para tornar odiosa la religión: no buscamos, ustedes y nosotros, más que preservar de todo ataque los derechos de la Iglesia y de la sede apostólica.”

En la encíclica “Mirari vos” de Gregorio XVI y en la siguiente la “Quanta cura”, publicada el 8 de diciembre de 1864, Pío IX se volvían a repetir los ataques contra los valores republicanos y humanos:

(…) “condenamos, decían, los errores principales de nuestra época tan desgraciada, excitamos vuestra eximia vigilancia episcopal, y con todo Nuestro poder avisamos y exhortamos a Nuestros carísimos hijos para que abominasen tan horrendas doctrinas y no se contagiaran de ellas (…)

(…)Opiniones falsas y perversas, que tanto más se han de detestar cuanto que tienden a impedir y aun suprimir el poder saludable que hasta el final de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia católica por institución y mandato de su divino Fundador, así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos; errores que tratan, igualmente, de destruir la unión y la mutua concordia entre el Sacerdocio y el Imperio, que siempre fue tan provechosa así a la Iglesia como al mismo Estado(…)

La IIª República española dio el voto a la mujer, por primera vez en la Historia, estableció el matrimonio civil, por primera vez en la Historia de la católica España, expulsó a los jesuitas, protectores de la teocracia vaticana y enemigos patológicos del humanismo renacentista, de los ilustrados y de los derechos individuales, y por la Ley de Congregaciones religiosas prohibió que el clero, cualquier forma clerical, se pudiera dedicar a la enseñanza. La enseñanza sería pública, gratuita y laica.

Respuesta de la Iglesia: la primera del papa Pío XI, el mismo que se alió con Mussolini para crear el Estado Vaticano y del que recibió en régimen de monopolio la enseñanza de todos los italianos en la Italia fascista y la vigilancia de la moral y de las buenas costumbres. Bien, este papa en su carta “Dilectisima nobis” dirigida al Presidente de la República, Alcalá Zamora, se presentaba poco menos que como el amo de los españoles, se quejaba de la política anticlerical del Gobierno de Azaña, se proponía, proponía a la Iglesia como guardiana del orden social, del orden capitalista, entiéndase y terminaba exigiendo a los católicos españoles que se organizaran, movilizarán y atacaran a la República en su sistema de valores.

En esta encíclica, un soberano extranjero: el Papa, tenía la arrogancia de dictar a los españoles su voluntad exigiéndoles en los siguientes términos: “Protestamos con todas Nuestras fuerzas contra esta ley, que nunca podrá ser invocada contra los derechos imprescriptibles de la Iglesia y tenemos la esperanza de que todos los católicos españoles, valiéndose de todos los medios legítimos que les concede el derecho natural y la legislación, harán por reformar y sustituir esta legislación.”

Resultado de esta proclama imperialista: la organización de las derechas españolas en la CEDA, primer movimiento; la racionalización del derecho de rebelión contra la República, varios siglos antes anticipado por el jesuita español Mariana en su ensayo “De rege et regis institucione” y actualizado en 1932 por el padre Gafo en “La ciencia tomista”, Eugenio Vegas en “Catolicismo y República” introducido por el artículo “Insurrección” del padre De la Taille y en “El derecho a la rebeldía” del canónico De Castro Albarrán.

Segundo movimiento: sublevación del Ejército africanista con Franco a la cabeza, arropado por tropas musulmanas, contra la República. Resultado: la Guerra Civil, bautizada por el alto clero español de “guerra de civilizaciones”, con la inevitable bendición del Papa, cuyo embajador o nuncio el cardenal Tadeschini fue el organizador de la derecha y el promotor de la sublevación, a pesar de lo que dicen los revisionistas bonachones que, incluso pasan por ser de izquierdas. Quien quiera saber más le recomiendo la lectura del libro “Clericalismo y Poder” o “Dios es de derechas”.

Tercer movimiento: con la victoria de Franco la Iglesia se constituye en la ideología de la Dictadura y en su aparato moral represivo. La moral y las costumbres quedan bajo vigilancia de la Iglesia. El desierto arrasó la España y la cultura republicana.

Bajo ningún concepto son compatibles los valores humanos fundamentados en la radical defensa del individuo como sujeto de derechos individuales y sociales y en la defensa de la libertad individual tanto económica, como política, como moral con esos valores católicos que niegan todos los republicanos porque afirman todo lo contrario: obediencia, castidad, sufrimiento, sacrificio, resignación, negación y autodestrucción del yo. Todo en beneficio del clero y en perjuicio del individuo y su libertad. La República es científica, ideológica y políticamente anticlerical. Positivamente humana y negativamente anticlerical.

Toda república tiene una seña de identidad: un sistema de valores contenidos en la Declaración de derechos fundamentales del individuo o del ciudadano. Y este sistema de valores la hace incompatible con un sistema de derechos, con una norma moral religiosa por ser la naturaleza de ésta totalitaria ya que nunca reconoce que el individuo sea el sujeto de derechos ni el fundamento del Poder ni que tenga derechos. Los individuos como fieles o personas religiosas sólo tienen deberes.

De ahí que todas las repúblicas desde las revoluciones norteamericana y francesa separen la Iglesia o las religiones del Estado y utilicen el concepto de libertad religiosa, innecesario pero conservado por los conservadores, como garantía para impedir que ninguna religión sea oficial en el Estado o en la Sociedad, para impedir que se impongan a los ciudadanos y para impedir que sus dogmas se filtren en las leyes parlamentarias. Esto no ocurre pero por otras razones que ahora no voy a desarrollar.

La laicidad de la enseñanza es una garantía de la libertad individual frente a la imposición de los dogmas religiosos. Hasta tal punto que en los centros educativos religiosos debe garantizarse una asignatura impartida por un profesor público, puesto por el Estado, en la que se forme en el pensamiento crítico y se informe y eduque en el sistema de valores contenidos en el Título I de la Constitución española, feudatario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sobre los derechos individuales y sociales de cada ciudadano y ciudadana.

Asignatura que debe impartirse en todos los centros docentes, en todos los cursos, durante todo el ciclo educativo del alumno-ciudadano. Con la misma naturalidad con la que los religiosos imponen a sus niños su doctrina desde la más inocente infancia. Una República como cualquier democracia debe identificarse con un sistema de valores a los que ya me he referido. Es una garantía ideológica para formar ciudadanos libres y libres moralmente.





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