Uno de los más valiosos legados de la II República española es sin duda el pensamiento republicano y sus valores, porque si ayer fueron ejemplares, hoy todavía permanecen vigentes: la libertad, la igualdad, la laicidad, la virtud cívica, el federalismo, el respeto de los derechos humanos. En una palabra, el compromiso con una democracia avanzada.
Pero además de los valores políticos, recordemos también los ideales humanistas que la animaban: la honestidad, la fraternidad y, en general, el compromiso con la suerte de los trabajadores y el bien común.
Todos aquí podemos compartir una misma afirmación: que la España laica, republicana y federal, la de las fraternidades obreras, los círculos esperantistas y los ateneos populares murió en 1939 a manos del fascismo, pero que los valores republicanos, por su carácter universal, perviven en el día de hoy y renacen con vigorosas raíces. Por eso, la conmemoración de la II República no es un acto nostálgico de recuerdo del pasado, sino que nos invita a una reflexión renovadora sobre los problemas que todavía permanecen sin resolver en la España de nuestros días.
Proclamada el 14 de abril de 1931, la II República trajo varias innovaciones de gran calado que pretendían superar, en sentido modernizador, los principales factores de atraso social y político que había venido padeciendo el país desde los inicios del siglo XIX: en lo político, el establecimiento de una auténtica democracia representativa; en lo social, la reforma agraria y una legislación laboral acorde con los tiempos; en lo religioso, la instauración de un Estado laico, mediante la separación del Estado y de la Iglesia, y en lo militar, la subordinación de las fuerzas armadas al poder civil.
El primer régimen realmente democrático de España
La II República fue el primer régimen realmente democrático en nuestra Historia, con medidas tan decisivas como la implantación del sufragio verdaderamente universal con reconocimiento del derecho al voto de las mujeres. La Constitución de 1931 fue también la primera que abordó el reconocimiento de los derechos sociales y económicos, y las bases de lo que hoy conocemos como Estado de bienestar. Asimismo, trató de resolver el problema de la articulación territorial de España mediante el sistema de estatutos de autonomía elaborados por iniciativa de los territorios que aspiraban a su autogobierno y se adelantó en proclamar la renuncia a la guerra como instrumento de política internacional. La Carta Magna instauró un Estado moderno, laico y democrático. Introdujo el principio de laicidad del Estado y medidas como el divorcio, el matrimonio civil y la enseñanza laica.
La Constitución republicana de 1931 definía a España como “una república democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia”.
Una república laica
El gobierno republicano era heredero del pensamiento progresista del siglo XIX, que vinculaba el laicismo al progreso de la nación. Para modernizar la sociedad española se hacía necesario, a su entender, una regulación que garantizara el control de la enseñanza pública, separándola de toda influencia de las órdenes religiosas. Dicho proyecto encontró una decidida oposición desde una Iglesia aferrada al principio de confesionalidad del Estado. La Constitución republicana afirmaba, en su artículo 3º, que “el Estado español no tiene religión oficial”.
La república de los maestros
Ninguna de las medidas del gobierno republicano causó tanta polémica como la decisión de instaurar una escuela laica y, más concretamente, la no obligatoriedad de la asignatura de religión primero y la supresión después de dicha asignatura en las escuelas públicas.
El ideario republicano, que recogía las principales corrientes de innovación pedagógica, se resumía en una escuela laica, unificada y coeducativa de alumnos y alumnas. No en vano, se conoce a la II República como “la república de los maestros”, tan felizmente ilustrada en la película La lengua de las mariposas. En un momento en que se discute el modelo educativo, cuando vuelve a haber polémica a propósito de la enseñanza de la religión, quizá sea el momento de reivindicar la memoria de aquellos maestros de escuela que el franquismo condenó a la represión y al olvido. “Laica, obligatoria y gratuita”. Así defendía la enseñanza la Constitución de 1931, que atribuía al Estado el servicio público de la cultura.
República y federalismo
El federalismo entró en el imaginario colectivo con Francisco Pi y Margall, con la I República Española de 1873 y su intento de conciliar en un mismo modelo de Estado los conceptos de democracia, federalismo y descentralización.
La II República aprobó los estatutos de autonomía de Catalunya y Euskadi. El golpe de Estado de 1936 y la guerra impidieron debatir el de Galicia y otras iniciativas autonómicas iniciadas en Valencia, Aragón, Castilla, Baleares y Andalucía.
Todo lo anterior apunta a que si la II República hubiese sobrevivido, muy probablemente el sistema de regiones autónomas se hubiese generalizado.
Los valores y las propuestas iniciadas durante la II República tienen que ver con las preocupaciones culturales y políticas de los españoles de hoy. No se puede hablar de continuidad, pero aquella experiencia es para la democracia actual un antecedente de corta duración que sucumbió ante la fuerza de intereses y de organizaciones antidemocráticas.
Defender la memoria –viva en tantas generaciones– de los valores republicanos nos lleva también a rechazar con firmeza las diversas maniobras que pretenden denigrar la realidad de lo que fue la II República española. Porque la II República marcó un paso decisivo en la consideración de los españoles como ciudadanos de una democracia, y además, al asociar cambio político y reformas sociales distributivas, se situó en el espacio de la modernidad desde el cual emerge la noción de ciudadanía social.
Hace más de 80 años
De este modo, el republicanismo cívico, con gran tradición política, enlaza con lo más innovador de nuestra sociedad, situando al ciudadano como centro de la acción política.
Este año se conmemora el 80º aniversario de la proclamación de la II República. Nuestra obligación moral es recordar la memoria histórica y reivindicar que aquellos valores siguen siendo plenamente vigentes hoy también. Han pasado 80 años, pero en el corazón de la ciudadanía todas las primaveras siguen siendo aquella primavera del año 1931. Hoy, el pensamiento republicano sale del ostracismo al que fue sometido durante mucho tiempo en España. Son muchas las gentes que se sienten republicanas y, significativamente, muchos jóvenes. La cultura republicana enlaza con lo más innovador de nuestra sociedad actual.
Y es que el pensamiento republicano, sus anhelos y valores, no se agotaron ni con el franquismo ni con la transición. La construcción de una propuesta política republicana debe ir más allá del cambio en la jefatura del Estado. Ha de ser una propuesta que desarrolle un marco común de valores, de derechos y de libertades con los que los republicanos nos sintamos identificados, un proyecto constitucional hacia la III República.