Pilar Urbano ha escrito un libro que no merece pasar desapercibido, por lo que nos atrevemos a dedicarle uno de los escasos comentarios que suscitará su lectura. Se titula La gran desmemoria, y narra las vicisitudes de la pareja formada por el Rey y Adolfo Suárez. Concede especial relieve al tormentoso divorcio entre ambos, concretado a principios de los ochenta. De ahí el subtítulo del absorbente volumen, "Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar". Tras devorar 700 páginas apasionantes, las novedades se concentran en el desenlace de estas vidas paralelas, con el estallido entre los jefes de Estado y de Gobierno al día siguiente del golpe de Estado de Armada y Tejero.
El 24-F de Pilar Urbano obliga a repensar la imagen del 23-F como un día de gloria para la democracia. Aferrándose a los hechos indubitables, dos presidentes del Gobierno español se arrojaron aquel día al suelo amedrentados, a instancias de unos golpistas que disparaban al aire. Constatados de modo fehaciente los comportamientos de Leopoldo Calvo-Sotelo y de Felipe González, no costaría mucho imaginar la opción de Rajoy en una tesitura semejante. A cambio, Suárez permaneció irreductiblemente erguido mientras la culata de una pistola le acariciaba la mejilla. Y el gran enigma sigue siendo la disposición corporal adoptada por el Rey en aquella humillante jornada, cuyos postrados protagonistas tanto han batallado por embellecer.
Transformar el 23-F en un canto a la democracia es probablemente el mayor éxito del bifosilismo PP/PSOE. A cambio, Pilar Urbano ofrece la versión más humana y menos mitologizada de las ambigüedades que precedieron al estallido golpista. Como ávido lector de las reconstrucciones del golpe de cierto interés, lo cual significa que nunca he logrado acabar Anatomía de un instante, no imaginaba que quedara tanto por contar sobre las complicidades palaciegas, parlamentarias y socialistas con la asonada. De ahí esta modesta contribución para arrancar a La gran desmemoria de la ídem colectiva.
El Rey ha sufrido dos rupturas especialmente traumáticas durante su reinado. La primera con Suárez, la segunda y vigente con Sofía de Grecia. La periodista valenciana escribió La reina en La Zarzuela. Los amantes de conspiraciones advertirán una toma de partido conyugal en La gran desmemoria, tal vez aliñada con confidencias de almohada como las lágrimas de la esposa después de una bronca de su marido motivada por la tensión política. Sin embargo, el gran mérito del repaso de Urbano al suarismo es que no se casa con nadie, ni siquiera con sus aferradas convicciones opusdeísticas. De ahí la peligrosidad del libro, y la necesidad de que goce de una cierta difusión.
La gran desmemoria contiene un canto encendido pero sin ocultaciones a los dos pilotos de la transición. Homérico, en suma. Urbano disipa pronto las sospechas que plantea la amanuense de la Reina en palacio, cuando escribe una biografía descarnada del Rey que se halla incomunicado con su esposa por decisión mutua. La relación discipular entre el monarca y el general Armada no puede desvincularse de las operaciones que estallan el 23-F. Máxime cuando el Rey sorteó a Suárez para conseguir que su preceptor ocupara un cargo de máxima relevancia en Madrid, en pleno enero de 1981. Es absurdo acostarse con un tigre y quejarse después de los rasguños. Juan Carlos de Borbón fue un héroe el 23-F. Esta consideración no se extiende a los meses previos ni al día siguiente del golpe.
Si hemos entendido bien, Urbano defiende que el Rey privilegió la continuidad dinástica sobre la democratización de España, sin reparar en la inseparabilidad de ambos procesos. Al airear las estancias viciadas, la sacudida propiciada por La gran desmemoria obliga a buscar puntos de apoyo para cotejar las afirmaciones sísmicas. En mi caso apelo a Carmen Díez de Rivera y Sabino Fernández Campo, citados en abundancia en el libro en términos coincidentes o suavizados con lo que a mí me expresaron. De todas formas, los testimonios clave del libro no proceden de confidencias a la autora, sino de su perspicacia en el manejo de las fuentes. Si alguien es capaz de leer sin estremecerse el condescendiente mensaje televisado del Rey en las Navidades de 1980, con su apelación a "gigantescos esfuerzos colectivos", entenderá mejor los sucesos de 1981. Y es Jaime de Carvajal y Urquijo, amigo íntimo del monarca, quien recoge en sus diarios la frase del Jefe de Estado a Suárez, "el Rey recibe a quien le sale de los cojones", así como la mención regia a un "independiente" al frente del Gobierno. Ahí cometió González su pecado original, que el PSOE se encuentra a riesgo de revivir en idéntica disyuntiva y tres décadas después, si consolida el pacto de las cajas B con el PP.
Algunos fragmentos del libro de Pilar Urbano
"Suárez y el rey departían una vez por semana en un club de striptease de la calle Gato llamado El Jot. Entraban por la puerta trasera y se encontraban en un reservado donde disponían de todas las comodidades propias de los lupanares con clase de la época. Testigos de aquellas reuniones aseguran que los primeros borradores de la Constitución de 1978 se redactaron en aquel reservado, siendo la encargada de la transcripción una simpática cubana que respondía al nombre de La Guayabita, y que más tarde obtendría el título de marquesa".
"El rey decidió no llamar a ninguna mujer para la redacción de la Constitución por miedo a que quisiera introducir una trama romántica. Juan Carlos tampoco tenía claro la conveniencia de invitar a vascos y catalanes, pero finalmente se les permitió incluir un artículo a cada región a cambio de una cesta de productos típicos que el monarca disfrutó en exclusiva".
"Se diseñaron más de veinte planes para acabar con la vida de Suárez, algunos de los cuales provenían directamente de los despachos de la CIA. El más sofisticado, propuesto por un joven funcionario de Washington, consistía en colocar una cámara de cine ante Suárez que le grabaría ininterrumpidamente hasta que éste falleciese víctima de su propio engolamiento".
"Felipe González se imaginaba como el presidente del nuevo régimen, cualquiera que fuese. A veces se le veía en el baño del Congreso, ensayando discursos con un peine a modo de micrófono. Fuentes del PSOE de aquella época aseguran que incluso se compró una cabra para ganarse las simpatías de la Legión. El animal, según parece, acabó formando parte del banquete con el que se celebró la victoria socialista de 1982".
"Hoy todos los historiadores están de acuerdo en que el fallido golpe de Estado del 23-F se pudo haber evitado con una mejor gestión de la inteligencia emocional por parte del Gobierno. Se sabe que existía una enorme frustración entre los altos mandos militares que pedía a gritos una serie de dinámicas para aumentar la confianza. Es cierto que Suárez intentó llevarse a toda la cúpula militar a unas convivencias de fin de semana a los Monegros con el fin de fortalecer las relaciones, pero el miedo a ser contagiados por el virus homosexual, muy de moda entonces, hizo que esta iniciativa fracasara".
Matías Vallés
Fuente: www.diariodemallorca.es